El arte de la imperfección

Hace poco, mientras usaba una app de edición que anticipaba y corregía cualquier error, me frené a pensar en cómo la tecnología ha comenzado a deshacerse de nuestras imperfecciones. “Tranquilo, lo hago perfecto por vos”, parecía decirme la herramienta. Y entonces surgió la pregunta: ¿realmente queremos un mundo donde la imperfección ya no tenga lugar?

Estamos tan obsesionados con la eficiencia en su máximo esplendor que los errores se han vuelto algo a veces intolerable. La tecnología está diseñada para evitar esos deslices que, históricamente, fueron fuente de aprendizaje. Desde el autocorrector en nuestros teléfonos hasta algoritmos que nos sugieren qué ver o escuchar, estamos viviendo en un mundo donde todo se optimiza y corrige antes de que nos demos cuenta de que algo salió mal. Pero ¿qué le estamos robando a nuestra propia humanidad al evitar el error?

A veces pienso en esos pequeños errores que cometí y que terminaron llevándome a experiencias inesperadas. Como cuando elegí equivocadamente una película y, sin querer, descubrí una historia que me impactó más de lo que hubiera imaginado. O aquella vez que un mensaje se envió a la persona equivocada y abrió la puerta a una conversación que nunca habría sucedido. En esos errores, el caos nos obliga a encontrar algo nuevo, a descubrir caminos que no estaban previstos. La tecnología, en su afán tal por perfeccionar cada detalle de nuestra vida, elimina esa posibilidad de sorpresa, de caos, que muchas veces es la verdadera chispita detrás de la creatividad y de crecer.

Lo irónico es que, mientras más dependemos de las tecnologías que corrigen nuestros errores, más nos alejamos de lo que realmente nos define como humanos: la capacidad de equivocarnos, de aprender y de crecer. Paul Virilio hablaba de la aceleración de los tiempos modernos y de cómo el error, el fracaso y la pausa están desapareciendo. Vivimos en una época en la que el fracaso es visto como una anomalía que debe corregirse de inmediato, sin tiempo para pensar sobre sus enseñanzas. Pero tal vez el fracaso tiene más valor del que le damos. Quizás en esos momentos, cuando algo se tuerce un poco, es cuando encontramos nuestra verdadera capacidad de adaptarnos, de pensar fuera de la caja, de descubrir algo inesperado en medio del caos.

Esto no es solo una reflexión abstracta. En la vida, los errores que nos enseñaban algo valioso están desapareciendo. Quiero plantear una inquietud: cuando todo se vuelve perfecto, ¿qué espacio queda para la improvisación, la creatividad y el riesgo? La vida no es perfecta, y es precisamente en ese desorden donde encontramos lo inesperado.

Quizás no necesitamos más perfección, sino más espacios para equivocarnos. Porque los errores nos hacen humanos. Son esos momentos en los que algo no sale como lo planeamos los que nos obligan a adaptarnos, a ser creativos, a descubrir nuevas soluciones. Quizá deberíamos aprender a celebrar esas imperfecciones y recordar que la vida, con todos sus fallos, es mucho más interesante cuando no todo está calculado. Y ahí, en ese caos, se encuentra la verdadera esencia de lo que significa vivir plenamente, sin miedo a fallar, sin temor a lo desconocido, abrazando lo impredecible que hace que todo valga la pena.