El mito del amor ilimitado

¿Nos estamos volviendo incapaces de quedarnos, de comprometernos, de apostar por lo imperfecto?

Hace tiempo vengo pensando en esto. Lo abordé en otras columnas también, pero sigue resonando en mi cabeza cada vez que veo cómo actuamos en este mundo hiperconectado. Para quienes tenemos el privilegio de estar inmersos en este ecosistema digital, parece que las opciones en cuanto a relaciones son infinitas. Es como si estuviéramos navegando por un menú inagotable de posibilidades, donde siempre hay algo o alguien mejor a un solo clic de distancia. No quiero demonizar este fenómeno, pero creo que hay que dejar de naturalizarlo y empezar a hablar de lo que significa.

Lo curioso es que no solo lo observo en los demás, también lo noto en mí. Nos volvemos víctimas y victimarios a la vez. Queremos creer que estamos buscando algo auténtico, pero el sistema nos empuja a actuar como si todo fuera desechable, como si las personas y las relaciones fueran productos que podemos usar y tirar. Porque cuando algo no funciona, no hay que preocuparse, simplemente pasás a la siguiente opción. Y ahí es donde empiezo a preguntarme: ¿qué le está pasando a nuestro corazón en este contexto? ¿Nos estamos volviendo incapaces de quedarnos, de comprometernos, de apostar por lo imperfecto?

Y esto no es algo que solo le pasa a los demás, sino que yo también soy parte del juego. Todos lo somos, de una forma u otra. Me sorprendo a veces pensando que si algo no encaja del todo en una relación, es mejor dejarlo ir y seguir buscando. Es un mecanismo de defensa que hemos fuimos desarrollado, una forma de no tener que lidiar con la incomodidad del compromiso. Y en ese proceso, nos convertimos en nómadas emocionales, saltando de una conexión a otra sin permitirnos realmente plantar raíces.

Pero el problema no es solo que tengamos muchas opciones. El verdadero problema es que, al tener tantas, ninguna parece suficiente. Nos convencemos de que siempre hay algo mejor allá afuera, y esa promesa de lo que podría ser nos impide ver lo que tenemos delante de nosotros. Es como si estuviéramos caminando por un buffet interminable, pero nunca nos detuviéramos a disfrutar lo que tenemos en el plato. Todo es posible, y por lo tanto, nada es valioso.
Este fenómeno es un síntoma de la época, sin duda. Vivimos en una era que nos vende la gratificación instantánea como un valor absoluto, y en ese proceso hemos perdido algo esencial: la capacidad de quedarnos, de apostar por lo imperfecto, de comprometernos con lo que tenemos en lugar de buscar siempre lo siguiente. Porque, aunque parezca que la tecnología nos da más poder de elección, en realidad nos está atrapando en una paradoja. Cuanto más creemos que tenemos el control, más nos alejamos de lo que realmente importa.No creo que el problema esté en las herramientas que usamos, sino en cómo las usamos. El acceso a tantas opciones nos ha hecho creer que el amor y los vínculos pueden ser gestionados de la misma manera que gestionamos nuestras compras online. Pero el amor no funciona así. El amor no es un algoritmo que se optimiza con cada swipe, ni una ecuación que se resuelve con más datos. El amor es caótico, desordenado, y requiere tiempo. Tiempo que, paradójicamente, estamos cada vez menos dispuestos a darle.A veces me pregunto qué va a pasar en el futuro si seguimos así. ¿Vamos a terminar todos atrapados en un ciclo interminable de búsqueda sin fin? ¿Nos estamos programando, sin darnos cuenta, para ser incapaces de quedarnos con alguien, de apostar por una relación, de comprometer nuestro tiempo y nuestras emociones? Porque en este sistema de opciones infinitas, el riesgo más grande no es elegir mal, sino no elegir en absoluto.Quizá la verdadera infidelidad de nuestra época no es hacia los demás, sino hacia nuestra capacidad de amar de verdad. Nos hemos vuelto tan adictos a la novedad que hemos perdido el valor de lo que se construye con esfuerzo, con tiempo, con paciencia. Y ahí es donde veo el mayor peligro: estamos construyendo una generación de relaciones sin raíces, de amores superficiales, donde el compromiso es una rareza y la profundidad es vista como una pérdida de tiempo.

Creo que estamos en un momento crítico. Si seguimos naturalizando esta forma de relacionarnos, corremos el riesgo de perder algo fundamental en nuestras vidas. Algo que no se puede comprar ni encontrar en un menú digital. Y creo que es hora de que empecemos a pensar sobre lo que realmente queremos, no solo de los demás, sino de nosotros mismos. Porque si no somos capaces de quedarnos, de apostar, de arriesgar, entonces, ¿qué tipo de vínculos estamos construyendo?