Nunca fuimos tan conectados y tan cobardes

Hay algo más incómodo que el visto sin respuesta: el mensaje que nunca abrimos. El vínculo que queda ahí, latente, como una notificación no leída. Ni silenciado, ni bloqueado. Solo suspendido. En pausa. Y, al mismo tiempo, completamente expuesto. Porque en esta era de los vínculos digitales, ignorar se volvió una forma de participación.

 

Vivimos rodeados de de chats que no terminan nunca. De relaciones que no cierran, pero tampoco abren. Personas que se hablan por stories, se extrañan por likes y se malinterpretan por algoritmos. Lo no dicho ya no duele: confunde. Porque la falta de respuesta, en tiempos de conexión permanente, no es silencio: es lenguaje.

¿Hace cuánto no tenés una charla de verdad, sin distracciones, sin pestañas abiertas, sin revisar si la otra persona está “en línea”? ¿Cuántas veces reenviamos un meme en lugar de preguntar “¿cómo estás de verdad?”? ¿Cuántas veces contestamos con un emoji, cuando lo que queríamos decir era mucho más complejo, más torpe, más humano?

 

La tecnología que prometía acercarnos a veces solo perfeccionó nuestras evasiones. Ahora podemos ghostear con delicadeza. Stalkear con distancia emocional. Mostrar presencia sin compromiso. Y lo más inquietante es que nos acostumbramos. Aprendimos a convivir con lo incompleto. Con lo que no cierra. Con lo que no se responde.

Eric Fromm decía que amar es un acto de valentía, una decisión que requiere esfuerzo, compromiso, trabajo. Hoy, en cambio, nos enfrentamos a un nuevo modelo afectivo: rápido, flexible, desechable. Sin contratos explícitos. Sin tiempo para sostener lo que incomoda.

 

El problema no es el visto. Es que muchas veces no nos animamos ni a mirar. Porque abrir el mensaje es aceptar que hay algo del otro lado que nos interpela. Que quizás ya no somos los mismos. Que si contestamos, algo cambia. Que si ignoramos, también.

Y en ese punto intermedio —ni contacto, ni ruptura— nos instalamos. Nos volvemos expertos en mantener relaciones congeladas. Como si se pudiera pausar el afecto. Como si no leer fuera una forma válida de seguir estando.

Pero los vínculos no son eternos. Tampoco son archivos. Son procesos. Fluyen o se estancan. Viven o se secan. Y si no los tocamos, si no los regamos, si no nos animamos a abrir lo que dejamos en espera… tal vez ya no haya nada que abrir.

No sé a quién le estás debiendo una respuesta. No sé quién te debe una a vos. Pero sí sé esto: algunas conversaciones no vuelven. Y cuando por fin abrimos ese mensaje, ya no dice lo mismo. Porque el tiempo también escribe.